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Motochoro de 17 con 10 asaltos queda libre, solo en Argentina!


Lorenzo

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El cable publicado por la agencia Télam desgranaba el ya extenso prontuario del adolescente. Decía que comenzó en abril de 2018 con el robo de una moto, que en agosto de ese mismo año hurtó mercadería de un súper y que días después fue demorado por circular en una moto robada. Agregaba que tres meses más tarde lo arrestaron cuando cortaba la cadena de una moto para llevársela y que en mayo de 2019 fue demorado nuevamente por circular en una moto que él mismo había robado. Seguía: también el año pasado intentó asaltar una ferretería de Villa Lugano y, ya en 2020, el 29 de enero robó un auto. Apenas un día después insistió con robar un auto y el 31 asaltó a la mujer de Villa Riachuelo. Todas las veces que fue detenido fue trasladado el Instituto Inchausti. Todas las veces fue entregado a sus padres y liberado.

 

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No hay más certezas sobre el ladrón detenido diez veces. La información difundida termina ahí. Pero no hace falta ser clarividente para deducir que su historia encierra un gran drama. Muchos dramas, en verdad. El de sus víctimas, por supuesto. Los dueños de las motos y los autos que robó. Los encargados del súper y la ferretería. Y la señora de 60 años a la que le arrebató la cartera, claro. Todos ellos pasaron seguro un gran susto, o un momento de angustia o mucha bronca, o todo junto.

Otro gran drama es el suyo propio. Sin estigmatizar a nadie, salta a la vista que este chico que roba al menos desde los 15 años no va al colegio y, estadísticamente, es probable que tenga problemas de drogas. Su futuro (de nuevo, sin posar de adivino) es complicado. Proyectos y esperanzas, en su caso, son abstracciones.

 

En breve, de acuerdo al Régimen Penal de Minoridad, pasará a ser juzgado por el mismo sistema que los adultos. Hasta ahora, desde que cumplió 16, este adolescente es imputable, pero sólo son punibles para él los delitos que hubiera cometido con penas mayores a dos años (homicidios, por ejemplo). A los 18 podrá cumplir sus eventuales penas en una cárcel. Y ya se sabe: las cárceles argentinas, por mucho que disponga la Constitución (“serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas”, artículo 18), son un infierno en la tierra que si algo no logra es la reinserción de quienes pasan por ellas. De hecho, el 40% de los presos es reincidente.

 

El drama que queda es el de todos nosotros. El que sufrimos como sociedad. La noticia sobre el ladrón de 17 años detenido diez veces apareció la semana pasada en la edición impresa de algún diario como un recuadro menor. En algún otro diario ni siquiera se publicó. En algunos países, el tema hubiera causado una conmoción nacional (de nuevo: es un chico de 17 años que ya acumula diez arrestos) y habría aparecido en la tapa de los principales medios. Y habría desatado un triple debate. Primero, sobre qué hacer con ese chico en concreto, cómo ayudarlo, cómo lograr que cuando tenga 27 o 37 o 47 años su vida haya dejado de ser este drama. Y además se discutiría sobre cómo evitar que casos así se repitan. Sobre cuál debería ser la respuesta del Estado, de la Justicia, de los servicios sociales, de los organismos específicos que deben lidiar con estos problemas. También, por último, se reflexionaría sobre cómo se permitió que esto llegara a donde llegó y por qué no se actuó antes y quién fue el responsable de que así sucediera.

 

Acá, está dicho, todo eso no pasó. Sencillamente porque casos como este, por repetidos, ya no nos asombran ni mucho menos nos conmueven. Confortablemente insensibilizados. Además, no tenemos ese nivel de debate. A lo sumo, algunos habrían gritado que el problema es la puerta giratoria de los institutos juveniles, que la solución es la mano dura y que la culpa es de la familia. Y otros habrían respondido, también a los gritos, que el problema es la crisis económica (causada por el neoliberalismo), que no hay que estigmatizar y que hay que sacarle poder a la Policía.

 

Mientras, hay un pibe de 17 años que seguro no sabe cómo hacer para salir de su infierno cotidiano, y un número de víctimas que por ahora está en diez, pero que si nada cambia, seguirá en aumento.

 

[Pablo Vaca - Diario Clarin]

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